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Empresa de traducción Madrid

He decidio empezar con un post donde cuento una mala experiencia con una empresa de traducción de Madrid. Bajo esta sección he decidido ir recopilando todas esas malas experiencias profesionales que, tal y como podéis intuir, me han robado el sueño en un determinado momento. De momento son pocas (¡menos mal!), pero tienen su miga. Mi primera historia trata sobre la agencia de traducción que menciono a continuación, que he decidido llamarla X, y la he titulado como sigue por los eternos ocho meses que ha durado:



Empresa de traducción Madrid llamada X


Esta entrada, que he decidido dividir en tres para que no resulte demasiado extensa, lleva cociéndose en mi cabeza desde hace tiempo. Curiosamente, el nombre de esta empresa de traducción salió a relucir hace pocos días en una lista de distribución a la que pertenezco de mano de un colega que solicitaba referencias a los demás colisteros. Debo decir que, dado mi caso, no me sorprendió que muchos compañeros comentaran haber tenido una mala experiencia con esta agencia de tradución. Lo que sí me llamó la atención fue que muchos afirmaran que jamás habían cobrado por el trabajo realizado y que ninguno de ellos mencionara que había presentado una denuncia, pero sobre esto volveré en mi conclusión.


De momento, empecemos por el principio:


PARTE I


Junio

Desde la empresa de traducción X se pusieron en contacto conmigo para colaborar con ellos en la traducción de inglés a español de un proyecto médico. La tarifa era aceptable, el encargo, interesante y el plazo de entrega, adecuado. Así que dije que sí. Durante el proceso de traducción, la comunicación con la gestora de proyectos fue fluida y cordial. Pregunté dudas, se las hicieron llegar al cliente final, me contestaron de forma casi inmediata. Todo marchó como la seda, vamos. El día señalado entregué el trabajo junto con la factura correspondiente y recibí la confirmación de recepción. Todo estaba en orden y el cliente había quedado encantado con el proyecto, así que sólo quedaba esperar el pago.



Julio

Un par de días después de que se venciera el plazo mandé un amable correo a la gestora de proyectos para recordarle que la factura aún no había sido abonada. Tardó tres días contestarme, alegando que habían tenido un problema con el correo debido a un virus. Lo más interesante de su correo no fue esto, sino las disculpas que me ofreció por no haberme comentado desde un principio que, en su caso, los pagos los realizaban a 60 días. Intentaría agilizar el proceso, me dijo, pero lo más probable es que no recibiera el abono hasta pasado dicho plazo porque, con el periodo estival de por medio, los clientes solían retrasarse en sus pagos.


Probablemente muchos de vosotros hubieseis empezado a sospechar a estas alturas («¡Uyy! Qué mal empieza a oler esto…»). En mi caso, sencillamente pequé de ingenua. Cierto es que me resultó extraño que no me hubiesen comentado nada al recibir mi factura con vencimiento a 30 días, pero lo atribuí a un despiste, no a un acto de mala fe. Ahora me río.

Y de este modo, llegamos a



Agosto

Y como ya sospecharéis, tuve que reclamar el pago otra vez, pero en esta ocasión, ni se molestaron en contestar a mi correo electrónico. Entonces sí, comenzó a fraguarse en mi cabeza la posibilidad de que tal vez me estuvieran dando largas (más vale tarde que nunca, ¿eh?), así que en vista del éxito de mi último mail, decidí emplear la técnica del teléfono.


La primera conversación telefónica fue breve: la mujer que me contestó (y a la que nunca le pregunté el nombre, pero que sospecho que era la mismísima gestora de proyectos), me dijo que todos en la oficina salvo ella estaban de vacaciones estivales (cara de incredulidad al otro lado de la línea) y que la contable no se reincorporaría hasta finales de mes. Perfecto. Si aún me quedaba una pequeña esperanza de poder contar con MI dinero para MIS vacaciones, acababa de esfumarse. Mi indignación, por el contrario, comenzaba a crecer.


Paralelamente, una colega estaba viviendo una historia muy similar a la mía, también con la misma agencia de traducciones. Igual de mosqueada que yo por las variadas excusas que estábamos recibiendo, se limitó a hacer la búsqueda más absurda en Google en cuanto le conté sobre mi conversación telefónica, y así se destapó todo el pastel: la empresa de traducción tenía historial. ¡Vaya que sí!



Aquí debo hacer un inciso y asumir mi (gran) parte de culpa: debería haber empezado por ahí. En vez de confiarme, tendría que haber indagado. Si lo hubiera hecho, me hubiese ahorrado más de un dolor de cabeza. Sólo saber que habían sido expulsados de sitios como Proz.com me hubiese bastado para comprobar que no eran de fiar y decidir no aceptar el encargo. Pero no lo hice (a los que estéis leyendo esto, tomad buena nota de cómo NO hacer las cosas), de modo que me tocaba apechugar con las consecuencias de mi ingenuidad. Darme de cabezazos contra la pared no iba a solucionarme nada, así que resolví comenzar a ser práctica y aprovechar los algo más de diez días que me quedaban antes de que la contable regresara de sus vacaciones para decidir cómo proceder a partir de ese momento.


¿Y qué fue lo que hice? Eso lo dejo para la segunda parte. Sólo os digo que agosto aún dio algo más de sí.

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